CAMAGÜEY .- El Kárate-Do fue como una chispa en la vida de muchos pequeños que emulamos los movimientos de Bruce Lee o hicimos maromas descabelladas para imitar las acrobáticas escenas de combate de Jackie Chan. Hoy, mientras algunos evocamos con cariño aquellos momentos de la niñez, otros, consagrados a ese arte marcial, reconocen en él una filosofía, un camino para fortalecer el cuerpo y el espíritu.

Nunca olvido cuando caminaba hasta el dojo a las cinco de la tarde. Era raro no advertir en las calles una oleada de muchachos con kara-teguis o simplemente en short y camiseta, pero orgullosos del cinturón que portaban. En el dojo aprendí sobre disciplina y me aproximé a ese otro yo que mira hacia el alma. Un día, por circunstancias del tiempo, me alejé de él.

Varios años después percibo cómo la presencia del Kárate-Do se esfuma a mi alrededor, perdiendo la influencia que alguna vez tuvo en Camagüey.

BAJO EL TECHO ADECUADO

La popularización de esta práctica milenaria en la Ciudad de los Tinajones se remonta a 1973, cuando el oficial del Ejército Juvenil del Trabajo, Isdrael Brito Basalto, comenzó los entrenamientos en la entonces casa de cultura Ignacio Agramonte; más tarde, junto a sus discípulos, pasó a la azotea del instituto poli-técnico ferroviario Cándido González.

“El mayor esplendor del Kárate-Do llegaría más tarde, en un gimnasio que teníamos en Francisquito. Allí se forjaron grandes atletas como Denia Betancourt, Tania Torres y José Miraye”, cuenta Rolando Suárez Guerra, metodólogo provincial.

Al hablar, las manos de “Pepe”, como todos lo llaman, se mueven de un lado a otro cual si insinuaran el comienzo de un kata. Sus palabras precisas evitan los rodeos. “En la actualidad, el entrenamiento del Kárate-Do tiene un carácter de laboratorio: no hay locales especializados para impartir las clases; por ello, los patios de las escuelas y los terrenos yermos han devenido la salvación de ese arte marcial”.

La necesidad de un espacio propio es fundamental para que cualquier deporte supere sus metas. Una preparación correcta, bajo esas condiciones, posibilitó que la provincia fuera campeona nacional, en ambos sexos, en kata y en kumité, allá por 1993 y 1994. Pero ya no corren los mismos tiempos.

“Por carecer de un área adecuada, a nuestros karatecas les falta orden en su superación”, explicó Eugenio Martí Villafranca, presidente de las artes marciales en Camagüey, quien llamó a “un impulso por parte de las auto-ridades, porque en el 2020 se realizarán las olimpiadas en Japón, donde el Kárate-Do volverá a esos niveles”.

“¡Bah!, en El luchador del viento, su protagonista prescindió de toda comodidad y su es-cuela fue el bosque”, quizá razonen algunos. Sin embargo, lo cierto es que una práctica eficiente de la disciplina resultará más beneficiosa que las peripecias y tortuosos adiestramientos exhibidos por el filme sobre el excelso maestro Masutatsu Oyama.

Con el fin de mejorar la salud del Kárate-Do, hace algún tiempo sus directivos solicitaron “varias instalaciones desaprovechadas: una de judo, ubicada en la calle Lugareño, y otra en la Sala Polivalente, con su techo y tabloncillo muy deteriorados”, apuntó Martí Villafranca. “La ausencia de locales ha traído consigo el resultado más adverso: la pérdida de la masividad”.

JUNTO A LOS MAESTROS

Son casi nulas las posibilidades de llegar a la gloria sin un maestro adecuado. Ricardo Morales Álvarez, el comisionado provincial, lo sabe bien. Por eso, mientras corrige la postura a sus alumnos, revela: “Necesitamos que los entrenadores eleven sus conocimientos y dominio de la técnica, y que compartan sus experiencias con instructores de los municipios, donde también hay que fortalecer este arte marcial”.

“Tenemos 19 entrenadores y siete activistas”, explica a su vez Pepe. Cuatro de los primeros brindan sus conocimientos en la Eide, con el objetivo de mantenernos en la elite de los juveniles (segundo lugar nacional) y mejorar el sexto que tenemos en los escolares”.

Pero el “trabajo con la base es primordial, recuerda Morales Álvarez. En todos los niveles los karatecas necesitan motivaciones, una de las más importantes es la evolución en el cambio de cinta. Existen estilos que deben perfeccionar sus mecanismos en el avance de categoría”.

“Vamos, vamos, empiecen de nuevo el kata”, vuelven a escuchar los muchachos, y yo, al ver el ceño fruncido me quedo con la reminiscencia de un Toshiro Mifune arengando a sus huestes. El estruendo de las pisadas uniformes llegan como remembranza de mis entrenamientos de antaño, recuerdos que, confío, experimentaré al observar a los nuevos karatecas de Camagüey triunfando sobre el tatami.