Al inicio de su carrera deportiva, sus entrenadores no le tenían confianza por su baja estatura, no acorde con las exigencias de esta disciplina.

Sin embargo, con sus 1.75 metros de altura era capaz de saltar hasta 3.35 en el ataque y 3.16 en el bloqueo, todo un fenómeno, por lo cual algunos decían en broma que tenía resortes en los pies.

A pesar de los criterios en contra, el entrenador principal de Cuba, Eugenio George, le dio la oportunidad de jugar regular, y jamás pudo prescindir de ella.

Durante 18 años integró la selección nacional de la isla caribeña y fue su capitana ganando méritos suficientes para que su fama y prestigio inundaran al mundo. Mireya Luis es una de esas jugadoras que, como la china Lang Ping, tuvo el don de la potencia física.

Ambas podían saltar por encima de todas las demás en sus respectivas épocas, pero la cubana lo hacía de manera espectacular, hasta el punto que uno se llegaba a preguntar si para alguna bloqueadora de este planeta era físicamente posible detenerla.

Como si fuese una pantera, lograba elevarse y con sus largas extremidades sobresalir con medio cuerpo por encima de la net, pero no sólo eso, también podía quedarse ahí toda una eternidad, hasta que la pelota llegara y ella estuviera segura de dónde colocarla.

Por eso, a pesar de que casi siempre atacaba por el mismo lugar (zona 4), era indetenible.

No importaba cuán alto llevaran el balón las pasadoras, incluso si se perdía de las pantallas de los televisores, había la total seguridad de que bajaría a velocidad supersónica, con la fuerza que le imprimía la morena del municipio de Vertientes, provincia Camagüey.

En 1986 se convirtió en madre de Idanaysi y menos de tres semanas después del parto jugó en el Campeonato Mundial en Praga, donde su equipo quedó segundo.

Por solidaridad con el pueblo de Corea del Norte, Cuba no asistió a los Juegos Olímpicos de Seúl-1988, pero un año después, la camagüeyana guió al equipo al título en la Copa del Mundo.

No obstante, en 1990 quedó fuera del podio en el Campeonato Mundial, quizás porque se preparaba un cambio generacional: comenzaban a incorporarse las jugadoras que ganaron plata en el Mundial juvenil de 1989, Magalys Carvajal y Regla Bell.

De ahí en adelante, fue Cuba el país dominante en el deporte de la malla alta para mujeres. En Barcelona-1992 estuvieron imparables, y la camagüeyana fue un verdadero ejemplo de virtuosismo atlético y poder.

En el Mundial de 1994 la actuación fue impecable, el equipo no perdió un solo set, ni siquiera en la final ante las anfitrionas brasileñas, que desde entonces las odiaron a muerte.

En el tercer set el árbitro principal debió llamar a las capitanas (Mireya y Ana Flavia), para que el partido no se le fuera de las manos.

Cuando un año después Cuba no ganó el Grand Prix, muchos dijeron que fue porque la Luis no participó en la fase final, y eso se ratificó cuando sus ataques fueron vitales en la consecución del cetro de la Copa Mundial de 1995.

Se venía la cita estival de Atlanta-1996 y la capitana de la selección cubana estaba lista para arrollar.

Sin embargo, dos derrotas en las eliminatorias, ante Rusia y Brasil, llenaron de dudas a la afición cubana, que siempre confió en las ya apodadas Espectaculares Morenas del Caribe.

Llegaron los cuartos de finales y la moral subió muchísimo al llevar al pizarrón un increíble 15-1 en el primer set ante las locales estadounidenses...era el comienzo de la redención.

En ese partido el ambiente estuvo caliente, pero nunca como lo que vendría después...ante Brasil. El clima tenso del encuentro fue tan hostil que era incluso doloroso verlo en las pantallas.

Los remates de la morena eran más potentes que nunca, y algunas jugadoras brasileñas hubieran tenido que ir al quirófano si sus reflejos no las hubieran llevado a colocar las manos delante de sus rostros ante cada rematazo de la pequeña morena.

La final contra China era casi un paseo y el 3-1 final lo reflejó. La batalla caribeño-suramericana se reanudó en el siguiente Grand Prix, pero esta vez hubo expulsiones de ambos bandos para evitar males mayores.

La selección antillana tuvo un bajón de unos meses, pero en el Mundial de 1998 volvió por sus fueros.

Mireya Luis abrió como regular, pero luego fue reservada y sólo se le llamó cuando las cosas estaban candentes, justo lo necesario para que explotara su mejor cualidad, la agresividad sobre el Taraflex.

Dos años después, aunque no aportó en el terreno, también fue inspiradora su presencia en el equipo que ganó la tercera medalla de oro consecutiva en Juegos Olímpicos, en Sydney-2000.

Se retiró de deporte activo en la Gala de los 100 Atletas del Siglo en Cuba, selección popular en la cual alcanzó un altísimo número de votos.

Sin dudas, Mireya Luis fue la jugadora más potente, decisiva y espectacular de los años de la década de los años 1990, fue la líder emocional de su conjunto, toda una autoridad a la hora de decidir cómo y dónde poner el balón del lado contrario.

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