CAMAGÜEY.- Dicen que cada persona es un mundo y lo apruebo; a lo que agrego: cada familia lo es también. Y como el 15 de mayo se celebra el Día Internacional de la Familia, desde 1994, fecha proclamada en 1993 por la Asamblea General de las Naciones Unidas, abordo el tema que puede ser apasionante y difícil a la vez.

No soy especialista y me apoyo en el mensaje del Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon: “El desarrollo social y económico equitativo depende de que haya marcos jurídicos equitativos y normas sociales que respalden los derechos de las mujeres y los niños. Las leyes y prácticas discriminatorias que no reconocen los mismos derechos a todos y que impiden el ejercicio de los derechos de las mujeres y los niños no tienen cabida en las familias, las comunidades, las sociedades y las naciones contemporáneas”. Sabias palabras.

Como cada año hay un lema expreso este es: ¿Los hombres a cargo? Igualdad de género y derechos de los niños en las familias contemporáneas. Pero si vamos a la definición de familia, desde el punto de vista estructural, encontramos que hay tres opiniones diferentes: el consanguíneo, el cohabitacional y el afectivo.

En Cuba hay mecanismos muy bien instituidos para proteger a los niños, a las mujeres y también a los ancianos, a mi modo de ver grupos vulnerables en cualquier parte del universo. Es por eso, que las Casas de Orientación a la Mujer y a la Familia, lideradas por la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) desempeñan un importante papel en tal sentido.

A estas Casas acuden mujeres al enfrentar diversas dificultades, buscan un consejo oportuno, una decisión acertada. Son atendidas por un equipo multidisciplinario, especialistas de primer nivel, tanto referente a la esfera de la Salud Pública, como a la Jurídica, por solo mencionar estos ejemplos.

Allí, las mujeres encuentran personas que las capacitan en labores que la preparan para enfrentar su situación económica de una mejor manera, modificar hábitos de conductas en sus hijos y hasta cómo asumir los años, esos que caen uno tras otro y nos llevan a la llamada tercera edad. Vivir esa etapa con calidad también se encuentra en estas instituciones y en las comunidades.

Pero hay un grupo de personas, denominadas cuidadoras, que aprenden igualmente cómo llevar ese peso en sus hombres sin llegar al síndrome del cuidador, algo que puede lograrse si la familia toda, unida, con respeto, paciencia y por sobre todas las cosas, mucho amor, llega a un consenso y no le dejan tan importante y agotadora tarea a un solo familiar, que por lo general es mujer.

No por gusto los valores de familia sustentados en nuestro país están basados en la responsabilidad, ese respeto que mencioné antes, la equidad de derechos entre el hombre y la mujer, y el compromiso de ambos de ayudarse en la vida.

Como es natural el valor de una familia se corresponde con la calidad humana de sus integrantes y eso es algo que se aprende y transmite de generación en generación. No se va a universidad alguna para saber cómo amar, como ofrecer y cómo ayudar; sin embargo, en el transcurso de la existencia de cada quien pueden ser mejoradas y corregidas ciertas actitudes, esas se aprenden en el camino si se quiere.

En el hogar es donde se enseña al bebé desde el propio día de su nacimiento, allí se reciben los primeros amores, cómo organizarse, cuáles son los límites, de la misma manera que son orientados a cepillarse los dientes, lavarse las manos, bañarse, amar y a cuidar a sus abuelitos, esos que un día protegieron a sus padres.

El amor a la familia no cuesta, no tiene precio y si logramos eso que Silvio Rodríguez predica en su canción: Cita con ángeles: “Seamos un tilín mejores y mucho menos egoístas”, seremos, entonces, mejores personas y, por ende, mejores con nuestras familias.

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