Jamás claudicaré. Es mejor vivir, vivir para la eternidad después del deber cumplido que vivir sin decoro. Como dijo Martí: Cuando hay hombres sin decoro hay otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres.

Así escribía Cándido González Morales a su hermano desde México, donde se preparaba como integrante de la expedición del Granma que encabezada por Fidel Castro arribó a Cuba el 2 de diciembre de 1956.

Antes, en el exilio de la nación azteca, el 21 de junio fue detenido junto a Fidel y otros 23 compañeros quienes fueron fuertemente torturados para que dijeran el lugar donde escondían las armas de la futura expedición. En una denuncia elevada por Fidel al Procurador General de la República de México le explica el trato aplicado a sus compañeros, y en el caso de Cándido expone que lo sacan a altas  horas de la noche con los ojos vendados, completamente desnudo, atado, y lo sumergían repetidamente en un tanque de agua helada y lo golpeaban fuertemente en los oídos con las palmas de la mano hasta hacerle perder el conocimiento.

Una vez en libertad continúa trabajando arduamente en los preparativos de la expedición.

Llegada la histórica fecha del desembarco, sufre junto a sus compañeros el manglar hostil de Las Coloradas hasta alcanzar tierra firme, combate en Alegría de Pío y luego integra un grupo de 14 compañeros, el más numeroso que logra reunirse tras la retirada...

La mañana del ocho de diciembre, Cándido está entre los seis que son denunciados al enemigo en la boca del río Toro y de los más extenuados por las afectaciones pulmonares que padecía como secuela de las torturas recibidas en la cárcel de México; no obstante, logra escapar de los asesinos y esconderse entre la manigua, no lejos de la casa donde son masacrados José Smith, Miguel Cabañas, Ñico López y David Royo, pero ya no le quedan fuerzas ni aliento para alejarse del lugar... a las tres de la tarde es descubierto y asesinado a mansalva.